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martes, 17 de julio de 2012

Último adiós

{La fiesta...

Ciento y la madre. Así la defino, no cogía ni un alfiler más en aquel bar de copas. Lugar de recuerdos, de reencuentros, de pasiones silenciadas por el miedo. Bar de esperanzas y deseos, de caricias, de enfados y borracheras. Pub de amigos. Nuestra segunda casa.

La noche bailó con la armonía ambientada por nuestras canciones favoritas, el alcohol, las risas y alguna que otra lágrima por la despedida de Sara. Abrazos y más abrazos, algún recuerdo fugaz de una de nuestras noches locas... Qué buenos momentos y qué grandes amigos.

Y así pasó el tiempo, hasta que llegó la hora de marchar.
Marcos no se separó de Sara en toda la noche, no quería dejar escapar esos últimos minutos del día pues no la volvería haber en bastante tiempo. Eran inseparables, donde iba uno iba el otro. Eso sí, sólo como buenos amigos.

Dudas y dudas. Marcos deambulaba por el local con sus pensamientos desordenados.
-Hablar con ella o no... Esa es la cuestión- Pensó. No se sacaba de cabeza aquel acelerón cardíaco que empezó a funcionar hace un par de semanas.

Sara también dudaba. Se lamentaba de haber esperado tanto tiempo a hablar las cosas. Sin embargo, para ella era tarde. Iba a partir al otro extremo del país, a saber por cuanto tiempo. Una oferta laboral hizo que su vida girase 180º, y además, quería seguir estudiando cualquier cosa con tal de aprender y llenar los ratos vacíos.

El tiempo pasaba y la música poco a poco cautivaba los corazones de los jóvenes fiesteros, que ya llevaban alguna copa de más.

Se despidieron. Último adiós de la noche, abrazos, besos y los mejores deseos por las tierras lejanas donde viviría quién sabe cuánto.

Pero, el cuerpo de los dos amigos echó el pistón. Su mente se cerró en el momento que entendieron que no era demasiado tarde...}

lunes, 16 de julio de 2012

La despedida

Las manecillas del reloj perdieron la noción del tiempo. Había llegado el día en el que Sara debía decir adiós a su tierra por unos meses para seguir con su vida de universitaria en el otro extremo del país.

-La ropa, las libretas, el DNI, los libros, mis discos, el móvil...



Y empezó a sonar, parecía un loco solitario el día que se encontró con un ser vivo después de semanas a la deriva.
-Sara!!- Gritó una voz expectante
-Hola Leire, ¿cómo estás?- Pregunté sonriente
-Muy bien. Llamaba para desearte un buen viaje que la fiesta de ayer para despedirte quedó en nada, aunque lo pasáramos bien. Y, y... Que te voy a echar de menos - Susurró con la voz entrecortada por las lágrimas.
- Estaré bien y vendré pronto. Y saldremos a destruir las discotecas y a conocer canis... Para que luego pases un año recordándomelo y riéndote. Tonta que voy a estar aquí en nada y procura estar atenta que te llamaré para saber novedades. - Reí- Aunque en este momento me apetezca atravesar el teléfono y darle un fuerte abrazo a una de mis mejores amigas, a la que estuvo en las buenas y malas y con la que aprendí que se puede llorar también de alegría, de tantos buenos momentos... Todos aquellos que sellaron a fuego un verano y las sonrisas permanentes. Esos días que nos dieron alas para soñar despiertas y conocer gente increíble- Pensé.
-¿Sara estás ahí? que no me contestas jajajaja, ya viste a algún armario fijo... Pues eso, que tengas un buen viaje cuídate mucho ya me invitarás a la fiesta que habrá por allí- Ríe.- Un beso cuídate, hasta luego.
-Hasta luego, gracias por llamar un beso.

Así con una sonrisa, las dos amigas colgaron sus teléfonos envueltas en un suspiro que, para el que no lo entienda, dice todo lo que un presidente de gobierno lleva escrito en sus papeles, lo que un amigo piensa tras pasar varias noches pasándolo en grande con gente nueva. Un suspiro lleno de adrenalina.

Eso mismo le iba a estremecer cada rincón de su cuerpo pero, no a Sara, a Marcos. En una habitación  pintada tímidamente de colores cálidos, con la ropa en la silla, el ordenador y unas cuantas latas de Red Bull en la mesa, sin olvidar el despertador que pasó desapercibido.

-Mierda... Me dormí- Despertó sin aire en los pulmones y sin que el momento inoportuno le dejara llenar su cuerpo de oxígeno para que sus pies pisasen el suelo.

Se vistió tan rápido como pudo, cogió la cartera y las llaves de coche. Dejó una nota encima de la encimera de la cocina: "Mamá, Sara se marcha hoy no sé si llegaré a tiempo a verla pero no puedo esperar a que llegues a casa. En cuanto marché volveré. No tardaré te lo prometo. Marcos".

Y así, en un abrir y cerrar de ojos, se esfumó de la casa para coger el coche y despedirse de una buena amiga.

sábado, 14 de julio de 2012

Experiencia



Nacemos, crecemos y vivimos. Al camino llega gente nueva con sus buenos días, cómo te va o con el beso de las buenas noches. No elegimos a la familia en la que nacemos, ni de quien nos enamoramos... Ni mucho menos la fortaleza que pueda llegar a tener una amistad.
Cuando empezamos a darle importancia a un par de curvas y a la ropa de marca que lleva la vecina del 4º nos olvidamos de lo más importante. Nuestra vida está estructurada según una pirámide de valores invertida, influenciada por la edad del pavo, el alcohol, las malas compañías y los chicos malos. Esa etapa de la vida en la que te entregas completamente a la gente de la calle, a los que un día conociste en un bar de copas y no en uno de tus momentos bajos. Esas personas que un día cogerán las deportivas y huirán en el instante que tu mundo de cristal se comience a resquebrajar.
Pero, con las pequeñas y grandes embestidas que te da la vida, poco a poco, esa pirámide emocional desequilibrada va rotando hasta que la venda cae de nuestros ojos y, tomamos la decisión de colocar sus pisos de forma coherente.
Y aún así, con nuestras cualidades, defectos, méritos y patinazos... Seguimos sin tener el don para controlar el futuro de los acontecimientos, de quien será el próximo chalado que se meta en nuestra vida tras chocar por un despiste en una sala llena de ruidos y, que luego, inevitablemente, será al que decidamos ver cada mañana con sus ojeras, sus canas de más y su sonrisa de niño.
No elegimos lo que somos, pero apostamos por la vida. En nuestros momentos de gloria derrotamos a los traidores y, en nuestros momentos bajos son ellos los que vienen en busca de revancha.
La vida se convierte en un tira y afloja, en un desafío constante. Cuando llega la paz a nuestros días siempre es bien recibida, hasta que pasa el tiempo y esa paz en lugar de tranquilidad te atormenta. Ese equilibrio que pende de un hilo y que estremece hasta el último de tus sentidos.
Y sin saber a quién elegir ni que camino tomar. Y sin saber si un día más amanecerá gris, ni si por una fracción de segundo evitas que el destino se torne optimista.

Sólo sé, que no sé nada. Sócrates