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domingo, 9 de junio de 2013

En blanco

-Es sólo un beso en la espalda.- Indicó ante mi cara de "pocos amigos".

Era mediodía como cada uno de nuestros amaneceres. Cambio de horarios, comidas y pocas horas de sueño. Pero seguíamos en el mismo sofá, el rojo. En él caímos el primer día, quizás por despiste.

La habitación no era nada de otro mundo para aquellos materialistas o poco soñadores. Lo más saludable es seguir soñando.

Las cortinas anaranjadas eran el encuadre perfecto de atardeceres y espectaculares puestas de sol. El mar y las estrellas, el mejor café para medianoche. 

-¿Bayleis? - Preguntó.
-No, esta noche no. Hoy necesito escribir.- Sonreí.

Él asintió, sabía lo que significaba aquello. Así es como pequeños invasores llamados "celos" amedrentaron cada uno de sus latidos.

Lo que puede hacer el papel o, mejor aún, lo que podemos llegar a hacer de él. La misma hoja en blanco a la que nos enfrentamos cada vez que deseamos contar una pequeña historia. Más bien, en mi caso, para liberar tensiones y desahogar sentimientos deshonestos.

Líneas que se entrecruzan, lápiz, restos de goma y correcciones a tinta. Sea la situación que sea, escribiendo en la madrugada con la luz del móvil como única lumbre, en el tren, esperando a los amigos... Cualquier momento, cualquier lugar...

-¿Estás mejor? - Preguntó con síntomas de preocupación.

Me quité las gafas y le di un par de vueltas a un mechón de pelo. No sabía si romper en mil pedazos lo que acababa de escribir o romperle la cara a cualquier valiente digno de cruzarse en mi camino.

-Sí, estoy mejor.- Respondí, sin sarcasmos como otras tantas veces.

Guardé mi lánguida obra en el cajón de siempre, aquel junto a la cama. Allí estaban todas las demás hablando de batallas perdidas, amores de verano, odios y dudas, sentimientos, felicidad y otras tantas que mantienen intactos los recuerdos.

Hoy decidí cambiar de rumbo, hacer cosas nuevas. Me solté el pelo, pinté los labios y me arreglé, pero no pomposamente. 

-¿Qué haces? - Sorprendido era poco lo que el muchacho estaba. Hace unos instantes estaba aferrada aquel maldito papel y ahora parece otra. -Oh no... ¿quieres salir a bailar?

Sonreí, como siempre. Como nunca. Esta tarde era distinta. No iba a permitir que esas cortinas naranjas siguieran siendo el marco de la penúltima puesta de sol. ¿O quizás última? 

Nunca sabremos pues cuando se abrirá la zanja en el camino de nuestras vidas. Así que, qué menos que aprovecharlo y disfrutar todo lo que se pueda.

No fuimos a bailar. Recorrimos calles y callejones, alguna que otra terraza y la playa. 

No era verano aún, pero allí quedamos con una estúpida toalla publicitaria hasta las tantas. Estúpido disgusto, en aquel estúpido día que algunas deciden perder su tiempo escribiendo a todo lo que diesen sus manos. O ganarlo. Ese error, sin dudarlo, sabría que pasaría a la Historia para no volverlo a cometer.

Llegó la noche y el frío. Sin embargo, seguían rodeados de arena mientras canturreaban una dulce pieza romántica el oleaje marino.

-Esto es vida.- Le dije.- Lo mejor de todo, es que cosas como esta son perfectas... Y más aún si tú estás conmigo.

Chocamos un par de besos esquimales y unas cuantas horas de risas. Parecíamos niños. Pero, sin lugar a dudas ese momento se convirtió en el mejor recuerdo de hacía ya mucho tiempo. 

Aquella noche respiramos tranquilos y llegamos desfallecidos al acogedor piso vacacional. No sé cómo ni por qué volvimos a abrir los ojos, a la mañana siguiente, en el mismo sitio y lugar. Aquel maldito sofá...

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