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sábado, 24 de diciembre de 2011

Invierno


La noche llegó con prisas. Siempre se presenta antes de tiempo sobre todo en los meses de invierno. Las calles se hielan y las pocas personas, que quedan en ellas, caminan rápidamente para llegar al calor de sus hogares. Prisas, siempre prisas.

Cómo tú y yo. Última hora y sin querer dejar el tiempo escapar. Ni a nosotros tampoco. Un último adiós, tal vez dos besos para cerrar el año y  dejarnos arrastrar de nuevo por el miedo. Un patinazo, la pérdida de una amistad o el qué dirán.

Nos dejamos vencer mientras la vida pasa y el mundo no espera, si es posible cambia de marcha y fuerza motores. Y otro día más, un adiós con la mirada perdida en quién sabe qué. Un amor imposible, cobarde...
Los sentimientos que un día cansarán de esperar y le darán una patada en el culo a sus respectivos dueños, por echar a perder el tren directo a la felicidad.

Demasiado quizás. Nunca es tarde, para otros. Pero ya no. Lo mío no es sentarme y ver el tiempo pasar. Más, sabiendo que te alejas y desapareces. Aún teniendo las cosas claras el miedo sigue ahí y por mucho que queramos tirar el muro, uno no podrá sin el interés del otro.

-Sara...¿Sara estás bien?- Preguntó Roberto mientras yo caía precipitadamente a la vida real.
-Emm... Sí, sí... Estaba pensando en mis cosas...- susurré entre nervios y la cara completamente ruborizada.
-Es que... Como estabas así con la mirada triste, pensé que quizás te pasaba algo y bueno sólo quería...
-Sí, gracias Rober... Pero estoy bien. Algo agobiada por los exámenes pero bien. No te preocupes en serio.

Como siempre. Como nunca. Espalda contra espalda, un último adiós. Un pesimismo rotundo o la duda qué todos están pensando y por la que están dispuestos a enterarse cueste lo que cueste.

- Algún día te darás cuenta Sara de que todo tiene un por qué, salvo esto... No se puede considerar tan simple como una ecuación matemática, ya que tiene demasiadas soluciones, circunstancias y sobre todo... Consecuencias. Algún día Sara... Algún día.- Pensó Roberto mientras terminaba de guardar libros y apuntes en la mochila.

La noche se cerró y el frío se llevó sus palabras. A saber dónde y en manos de quien cayeron. Quizás llegaron a la chica afortunada... O tal vez a un perro viejo que supo quemarlas a tiempo.

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