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viernes, 14 de octubre de 2011

Bala perdida


La situación se desborda. Me encuentro sola observando al chico que amo desde la distancia.
Él y yo compartimos miradas perdidas que acaban en la nada. Ninguno mueve un dedo, el miedo nos separa.
Oigo mi nombre, entre multitud de voces incesantes por seguir conversando. Pero, no veo nada.

Con el paso del tiempo, la vida nos volvió a juntar cuando mi madre decidió mudarse en dos casas más allá a la suya.


Entonces, sucedió. Volvimos a hablar como años atrás entre sonrisas tímidas y monosílabos.
La confianza dio sus frutos. Y sí, me enamoré perdidamente de aquel chico. 
Pasaron las semanas. Cada día era distinto y todos ellos tenían sorpresas. Tanto él como yo sabíamos que nunca querríamos dejar de estar juntos. Fue en ese momento, cuando el sentimiento se convirtió en una necesidad.
El día de nuestro primer mes decidió hacer una locura. Me fue a recoger a la salida de clase;
tenía un par de mochilas, una tienda de campaña, dinero y... Una venda para potenciar aún más mis dudas.
El fin de semana fue una aventura, de un lado para otro entre bosques, albergues, playas paradisiacas,
persecuciones, llamadas... Nos convertimos en fugitivos del 21, todo por una idea... Una gran idea.
Así fue como descubrí que el amor no tiene límites y nos hace soñar despiertos las 24 horas del día.
La vida nos da lecciones pero también grandes regalos, ¿quién no querría poner el mundo por bandera y escapar a quién sabe donde, con la persona que quieres durante un tiempo?.
Quizá fuera por cruzar un río en plena noche, ver un partido de beísbol en un gran estadio y vivir cada momento como si fuese el último.
No hay mayor razón para encontrar a esa persona especial, que saber enfrentarse a todas las pruebas que nos impone el destino para superarnos y alcanzar la felicidad.

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