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domingo, 2 de octubre de 2011

No hay que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante.


Todo era saludable: la música, la compañía, el local, la noche... Empezamos ideando un baile entre risas y repeticiones, y acabamos en la tarima de una discoteca cualquiera después de reunir a la gente para desfasar.
Bailas, te dejas llevar por el sonido al alto la lleva y nunca dejas de sonreír. No hay tiempo para pensar ni para preguntar el por qué de su cara ni de su contestación.
Noches que pasan en unos minutos en lugar de alargarse por todas las horas que estamos en la calle, sin zapatos por todo lo que pateamos en Oviedo.
No hay tiempo para preguntas, ni para llorar... Es más no tiene ningún sentido.
 Todo parece distinto junto a vosotras y así lo habéis hecho. Por el baile de la chuleta, la gomina, los infiltrados y las paridas de estos dos Sábados que conocieron la luz.
No hay motivo, ni sentimientos... No hay una cuerda que me mantenga maniatada a la pata de la cama, ni siquiera la voz de la conciencia que me obligue a explicarme ante todos. No, no y no.
Felicidad es la palabra. No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante.
Cuando el daño causado nos hace llegar hasta el límite, algo se acciona, te despierta... ¿Hola, hay alguien? o ¿Sólo hay una hoja que se deja llevar río abajo?. Es entonces cuando abres los ojos y bendices los rayos de Sol que se cuelan en tu habitación antes de tiempo. Mientras te arreglas, miras al espejo y sonríes como si nunca lo hubieras hecho. No hay una razón, nunca la hay, pero tú estás feliz y eso es lo que cuenta.
Después, buscando los últimos detalles en el armario, encuentras las alas  con las que recorriste mundo e ilusiones... Es un tesoro, mi más preciado tesoro. Salir y volar alto tanto como lo permita mi imaginación, porque no existe nada ni nadie dispuesto a detenerme. Nadie ya borrará una sonrisa sincera de una mañana cualquiera. Nadie. Ahora sólo estoy yo.

GRACIAS,

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