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jueves, 13 de octubre de 2011

La fuerza de la imaginación

Pegaso ha despegado. Los rayos del Sol me deslumbran y un ruido me despierta. 
Me apresuró en ir hasta la cocina y saber que causa el temblor de las ventanas. De pronto, 
entre un batir de alas se muestra la criatura más bella que la mente humana puede imaginar.
Un caballo blanco relincha incensante, impaciente por aprovechar el día.
Con cuidado abro la ventana y lo acaricio. Subí en su lomo y en un abrir y cerrar de ojos, 
me encontraba volando entre nubes por el cielo azulado. 
No importaba el destino, ni el tiempo. Intuía que él no apareció por casualidad ni me sacó
a trompicones de casa por puro divertimento.
En cuestión de una hora, llegamos a un prado rodeado de montañas, horreos e infinidad de 
paisajes.
Todo se veía con otra perspectiva, a distancia... Elementos muy pequeñitos pero muy importantes
para todos los que sabían apreciarlos.
Aire, Sol y libertad. Nadie da más. 
Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Me tumbé en la hierba escuchando a los pájaros y corriendo
con el zumbido de las abejas. 
Finalmente, Pegaso se puso a mi lado y caímos en un profundo sueño hasta que nos alumbraron las estrellas.

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